Para Paulina, con todo mi cariño
Hoy fue un día de aquéllos, de los que todos tenemos en algún momento, con mayor o menor frecuencia. Días de esos en los que no te sale una. Y como todo mexicano sabe bien, los argentinos a menudo se ponen “tangueros”; y no es que se pongan a cantar tangos, más bien “hacen tangos”, te convencen de que son los seres más infelices del planeta. Y créanme que muchas veces lo logran, especialmente con los mexicanos.
¿Pero qué hace un argentino cuando está solo y no cuenta con nadie para “hacerle tangos”? Pues sí, se pone a escuchar tangos; o sea que me puse a escuchar al “Polaco” Goyeneche cantando ese maravilloso tango llamado Desencuentro, que en su estrofa final dice “…ni el tiro del final te va a salir.” “Puta”, digo yo, “éste está más jodido que yo”. Y lejos yo de estar cerca de tan tremendo momento, me conmiseré de una suerte tan esquiva como la del tipo que ya se ha decidido a acabar con sus miserables días, encuentra que le falla el remate de la historia. Le sale mal el momento más trascendental de su vida, aunque mejor deberíamos decir de su muerte. En fin, me fui por el lado del consuelo de los tontos. Pensé cuántos hay que están, de alguna manera u otra, al borde del tiro del final, cuántos que ya se lo pegaron y no se dieron cuenta. El asunto de la amargura de la estrofa, sin embargo, no me abandonaba, pero me condujo por el lado de la poesía. Ésa que muchos niegan en el tango, argumentando de su machismo, del apego casi edípico de la viejecita, del abandono, o también de la juerga –dados, whisky y cabaret. Seguro, están todos esos temas, abundan, con frecuencia demasiado; pero también está esa poesía magnífica, popular, que desgarra por su belleza. Me pregunto si existe una manera más precisa, y aquí tal vez el término pueda engañar, de decir que alguien está tan jodido y abandonado, si hasta el instrumento de su decisión final lo traiciona en el momento cumbre.
A pesar de todo, consolándome con los jodidos y pensando qué suerte de no vivir en alguna hambruna africana, y de hacerlo en un lugar con pocas posibilidades de volar destripado por los aires, o de no ser mujer maquiladora y tener que vivir en Chihuahua, o de no estar en Guantánamo, seguí escuchando tangos. Y me metí en el interné, pues allí siempre aparece alguna cosilla en mi correo. En esos avatares estaba cuando se comienza a prender una lucecita naranja y comienzan a sonar unos golpes tipo gong chino; es decir, te aparece un aviso del conocido mazinyer, donde puedes “chatear” con otra gente. El caso es que por allí apareció Paulina y comenzamos a “chatear”, que proviene del inglés chat, “conversar”, “platicar”, o bien “conversación”, “charla”. Bueno, para los menos entendidos que yo, de lo que menos se trata es de hablar, se van escribiendo frases (o pedazos de ellas –ya verán por qué) y se le mandan automática e instantáneamente a la otra persona, que las lee y te contesta, siempre por escrito. Lo que aún no entiendo es por qué la máquina en un momento no te deja escribir más y la frase queda trunca, y… “hasta allí llegaste manito”, y a mandar lo que pudiste escribir hasta allí. Y hay veces que la gente se alegra de saber algo de los demás, y las preguntas y respuestas, y hasta ideas coherentes, van y vienen, muchas veces cortadas o incompletas; todo gracias a la intolerancia e impaciencia de la máquina que no te deja escribir más. Y así se van juntando preguntas y respuestas, respuestas tras respuestas, y a veces varias preguntas a la vez. En fin, lo que podría ser una conversación, aquí no resulta, a veces las cosas van desfasadas. Finalmente resulta algo divertido, al menos por un rato. Pero estábamos hablando de Paulina, ¿verdad? Ella era alumna mía en un curso de inglés que yo daba en la ciudad de Orizaba, Veracruz, a unos 340 km de la Ciudad de México, en un sitio donde acordarme no quiero. Paulina era mi mejor y más consentida alumna, pues aparte de ser la que más sabía, era la que más trabajaba, la que más ganas le echaba; en resumen, una de las pocas que el destino había metido entre un montón de gente que lo menos que le interesaba en el mundo era aprender inglés; es más, no les interesaba aprender nada de nada. Ese acto no constaba en sus planes. Paulina es abogada, es madre de dos hermosas niñas que crió ella, y ella hace todo. Es una gran mujer, tal vez por eso tenga los ovarios suficientes para saber prescindir de los hombres en muchas ocasiones. Pero además de todo eso, Paulina es muy divertida y hasta tiene el descaro de ser muy bonita, aclaro esto pues siempre puede haber algún lector masculino que no escape a la regla de querer conocer ese detalle.
“Chateamos” unas cuantas cosas (probable viaje de ella a ver a Aerosmith y a su cantor, un probable café en el D.F., ciertos gustos comunes sobre Bob Marley, y no muchas cosas más), lo demás fue un poco ese desfasaje que se genera, que aquí fue lúdico, divertido, a veces difícil de entender cuáles eran las coincidencias entre preguntas y respuestas. Eso sí, los dos nos alegramos de conectarnos de saber un poco del otro, y Paulina dijo que el momento había sido lindo, y que a veces sólo se trataba de momentos. Le contesté que lo tenía clarísimo, que sólo se trataba de esos momentos. Y créanme, estoy convencido de ello, “son sólo probaditas” que te da la vida. Después hay que batallar. Y la batalla no se acaba de la puerta de tu casa para adentro, es mucho más amplia. Y nos está dejando maltrechos, al menos a mí sí. Por eso, esos momentos que te da la vida son hermosos, y aunque uno sepa que son muy fugaces, y comienzan y terminan de uno para adentro, muchas veces hace falta que alguien te lo recuerde, y te haga notar que son lindos. Muchos construyen así sus vidas, juntando instantes fugaces y vivificantes como pedacitos de papel para descifran algo que rompimos por error, mientras que otros no se conforman con esas “probaditas” para adentro, quieren el banquete al alcance de su mano, cuando el mundo tendría que ser el banquete.
Para mí, esas probaditas son otro tipo de banquete pantagruélico, como cuando le alcanzaba a mi madre, a la cual veía como una torre, un trocito de pan para que lo sopara en el tuco de los espaguetis. Es como estos volcanes que pronto extrañaré en mi ventana: son contados los días en que la contaminación te los deja ver, pero ¡que tal aquellos azules y transparentes como la risa cuando se dejan ver, aunque sea por un rato! Si se vieran nítidamente a diario, tal vez me hubiese atascado. Yo prefiero esas probaditas.
Como valor agregado, siempre las probaditas dejan buen sabor de boca, te traen recuerdos, tal vez los portales jarochos de Córdoba, que me fascinaron, con una cerveza de por medio, tal vez una visita y un café, tal vez… Tal vez las probaditas de la vida, si uno las sabe degustar, y saber que su gracia radica allí, en eso, en lo fugaz, sean las que te alejan años luz del tiro del final.
Finalmente, dejé de escuchar tangos, no tengo nada de Aerosmith, puse a Marley. Hacía un buen tiempo…