miércoles, agosto 01, 2007

Seguimos criando cuervos (I)



Hace días, varios, que intento escribir sobre los niños que trabajan; y lo voy esquivando como cuando uno se demora en ir al dentista. Pero a veces las muelas te dan unas palizas tremendas y hay que ir a sentarse en ese bendito sillón odontológico. Tal vez se piense que no es lo mismo que evitar escribir sobre cierto tema, pero sí lo es, hay algunos de ellos que te duelen, y como el hecho de escribir es por cierto bastante egoísta, uno termina cediendo y trata de que en las palabras se vaya el dolor. Algo así como exorcizarlos.
Además de haber leído bastante sobre la materia en este último tiempo, recordé algo que me sucedió en esa suerte buscada del destino de haber podido viajar algo por el mundo, y se me presentó un encuentro con un tipo sensacional que conocí en Estambul. Los dos parábamos en el único albergue de la ciudad, cuyas ventanas daban a la increíble Agia Sofía, muy cerca de la mezquita de Suleimanie. Este viajante era suizo e hicimos buenas migas y paseamos bastante tiempo juntos por la ciudad. En cierto momento me llamó mucho la atención que sacara muchísimas fotos a los niños, que curiosamente eran niños que trabajaban. Chicos que cargaban enormes bultos, que vendían flores o baratijas, que llevaban a gran velocidad bandejas de te de aquí para allá, o se aferraban a tus pantalones intentando lustrarte los zapatos. Al preguntarle por qué les sacaba tantas fotos a estos chicos, me contó que era maestro de escuela primaria, que adoraba su trabajo y a sus chiquillos, y me dijo que tenía que sacar muchas fotos de niños trabajando porque sus alumnos no iban a poder creerle que niños de su edad o menores trabajaban, cuando sus niños a esa edad jugaban, estudiaban y comían todos los días; cosa que no hacían otros niños en el mundo. “De verdad”, me dijo, “no van a poder creerlo, por eso tengo que sacar muchas fotos, y yo quiero que lo sepan, quiero que vean el privilegio que tienen, que piensen acerca de eso, tal vez no demasiado ahora, pero sí un futuro no muy lejano, quiero que ellos pongan su pequeño granito de arena para que en el mundo no existan niños que trabajen. Sé que no es fácil, pero al menos quiero que de alguna manera lo intenten”.
Sus buenas intenciones me parecieron maravillosas. Después de tantos años, no sé sí este maestro suizo habrá logrado algo, sí tengo la absoluta certeza de que lo intentó. Y creo fervientemente que un maestro tiene que mostrar a sus alumnos algo más de lo que enseñan los libros y piden los programas académicos. Será tal vez porque nunca se me hizo carne esa idea de que la escuela es el segundo hogar. Nunca percibí a la escuela como mi segundo hogar; en mi hogar fui feliz y de la escuela no veía la hora de salir, pocas veces un maestro logró atrapar mi atención con algo que conmoviera mi corazón o mi cerebro, aprendí lo que se suele aprender en la escuela, un poco de ciencias y humanidades, que de humanas no tenían nada. De pocos maestros (casi ninguno, para ser honesto) me acuerdo, y de esas aulas frías e inhóspitas sólo conservo una sensación de indiferencia y desgano. Cuéntenle a otro eso de que la maestra es la segunda madre. A mí no, al menos no era así en los tiempos en que para mí entrar a la escuela era como ingresar a un presidio, y sólo cantaba gustoso la canción patria porque era el preludio para ganar las calles al rato. A mí las fotos del maestro suizo no me hubiesen servido de mucho, porque en mi barrio yo veía a muchos niños que trabajaban, pero qué importante hubiese sido que alguno de mis maestros hubiese intentado explicarnos por qué esos chico tenían que trabajar. Ninguno de mis maestros intento explicar eso ni otras cosa de la vida que tal vez sean más necesarias que saber la regla de tres. Varios maestros que conocí luego en mi vida justificaron su abulia, su desgano, su desinterés aduciendo la miseria que ganaban. Hoy pienso que la miseria está y estaba en sus espíritus. No creo que existan seres más miserables que aquellos que les mezquinan su afecto, su tiempo y su cariño a los niños.

P.D.: No cambien de blog, porque ésta es sólo la primera parte de un tema que intentaré seguir desarrollando. Nos vemos.

3 Comments:

Blogger Nemesis said...

Por lo menos en tu epoca solo no tio. Los maestros aun en mi epoca corrian atras de un programa y un cronograma y no se tomaban el tiempo para hacernos pensar o crear nuestras propias opiniones, son los menos.

5:29 a.m.  
Blogger Thelma said...

Mierda... claro que hay para hablar de este tema! Es cierto, en mi epoca tampoco la escuela fue mi segundo hogar, porque yo tenia un hogar ( mal o bien, de verdad o ficticio) formado. tenia un padre que se rompia el orto laburando y una madre que si bien no hacia mucho ahi estaba. Tambien es cierto que corren detras de un puto programa que lo unico que logra es llenarle las cabezas a los chicos de cosas que despues no les sirven para una mierda. Para que carajo vas a enseñarles regla de tres simple si el dia de mañana cuando vayan al super, la plata no les va a alcanzar igual. La escuela se esta olvidando hoy por hoy de formar y trabajar sobre los principales valores. Que mierda les importa a los pibes aprender si estan cagados de hambre o con una falta de afecto y atencion en las casas terrible. Hoy sì la casa es el segundo hogar, no se las maestras, porque para eso estan las asistentes sociales, pero yo desde mi rol de preceptora, a veces cumplo papel de mama , de hermana, de psicologa. Trato de inculcarle la importancia de ser alguien en la vida, pero no solo alguien con excelentes notas sino que sepan ser personas. Hoy se les enseña a pensar o por lo menos yo lo intento pero se les hace muy dificil la realidad
Sin ir mas lejos el viernes un nene mio de la tarde de 14 años se paso a la mañana porque el padre necesita que trabaje con el, y esa es la cruda realidad en un monton de lugares. La escuela en muchos casos es un refugio pero las soluciones no deben salir de ahi sino desde mucho mas arriba.

11:43 a.m.  
Blogger Unknown said...

Este tema me apasiona. Y me parece que mientras no entendamos que una cosa es enseñar y otra lograr q aprendan, estamos al horno. Y es sencillísimo. Se trata de tener VOCACION. No hay métodos ni programas, solo entender que frente a vos hay un ser humano. Y dar amor. Y sentir q es tu par. Hay un libro que se llama La estrategia del Caballo, de Miguel Angel Santos Guerra. Si tenemos coraje, los q amamos la docencia (no me gusta la palabra pq la relaciono con las maestras argentinas), podemos leerlo y hacer un gran mea culpa. Quizás dp algunas cosas puedan cambiar. Cuando entendamos otra forma de educar. Y la solución está en nosotros. Desde arriba no esperemos nada. Todo lo que nos viene "de arriba" es para desconfiar.

6:51 a.m.  

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