jueves, agosto 02, 2007

Los disparates de Cristina





Transcribo a continuación unas declaraciones fresquitas de la senadora Cristina Fernández de Kirchner de visita oficial en México:

"Yo quiero en ese sentido, reconstruir también un nuevo optimismo, que no es voluntarismo ni ingenuidad. Las condiciones que vamos a abordar son difíciles, complejas, contradictorias muchas veces, pero van a exigir de nuestra parte una apertura intelectual muy fuerte precisamente para hacer de ese aprendizaje de estos 200 años algo que sirva para decodificar por qué estamos aquí y, a partir de ello, desarrollar una estrategia que tiene que ver con nuestra protección cultural, económica, social y política".

Quisiera saber de qué habla esta buena señora. Este párrafo no tiene desperdicios. Es digno de las más desopilantes ocurrencias de Cantinflas o de una escena disparatada de película de Woody Allen. Aunque me devane los sesos no puedo desentrañar esa frase de "reconstruir un nuevo optimismo". Aparte de que ignoro de qué optimismo se trate, entiendo que se reconstruye lo viejo, o se construye algo nuevo, ¿pero reconstruir lo nuevo?, la verdad que no me cierra. Finalmente, e imitando su estilo que no deja lugar a dudas, se puede decir que si bien el mensaje de la Sra. Cristina Fernández no es muy claro, tampoco se podría decir que es esperanzador, sino todo lo contario.
Lo que sí, no se lo puede tildar de incoherente. Es una pequeña y muy coherente muestra de los próximos cuatro años bizarros que les esperan a todos los argentinos.

P.D.: Carlo, decile a esta Sra. dónde tomas clases de oratoria, please.

Fabulitas III



Junto a la orilla de un límpido río que bordeaba un bosquecillo, se encontraron un elefante, que regresaba de una guerra en la selva de 70 años –ustedes saben que los elefantes viven mucho y que las guerras pueden durar mucho más–, y una desenfadada hormiguita que espiaba tras unos juncos.

El elefante imploró: "Por favor, hormiguita, hormiguita, bajate la bombachita!
Y la hormiguita le contestó: "Imposible, señor elefante, no va a servir de nada. Usted podrá tener mucha saliva, pero yo tengo poca paciencia".

A veces las cosas no pueden ser por más que uno quiera.

Uno de los Negros más geniales y entrañables














Perdoná queridísimo Negro Fontanarrosa, todavía estoy muy triste para escribir algo sobre vos. Te prometo que ya lo voy a hacer prontito.
Entretanto, negro del alma, te cuento un chiste para que vos lo dibujes desde allá arriba. En tu dibujo hay un DT de fútbol que habla con un chabón (representante de jugadores) mientras miran a un jugador con pinta de troglodita y al que le brotan unas ramitas por detrás de las orejas. El diálogo es el siguiente:
DT: Oiga, este mediocampista que me recomendó es más duro y tronco que un árbol.
Representante: ¡Sí, no le dije que se plantaba muy bien en la cancha!

Dos grandes que extrañaremos




















En estos días, y de forma casi simultánea, se nos adelantaron dos grandes del cine: el sueco Ingmar Bergman, y el italiano Michelangelo Antonioni. Tal vez pocos directores de cine (junto con los ya ausentes Tarcovski, Kurosawa y Kievloski) se preocuparon tanto por la condición humana. Dos directores enormes que trabajaron a fondo contra la incomunicación, la deseperanza, ...el silencio de Dios. La tristeza de sus ausencias se calma al pensar en la vasta obra que nos dejaron, imprescindible para los que amamos el cine. Sólo bastaría nombrar Fresas silvestres y el Séptimo Sello, de Bergman; y El pasajero y Blow-up de Antonioni, por citar cuatro filmes antológicos (exclusivamente por un capricho de quien esto escribe y respetando su gusto muy particular, por supuesto).
Un chismecito: Blow-up es una adaptación del cuento Las babas del diablo, de nuestro queridísimo cronopio Julio Cortázar. Adaptación muy libre, o sea que la película no se parece mucho al cuento, aunque es igual, ambos tienen un toque de genialidad irresistible. Se puede leer el cuento primero o luego de ver la película. En cualquiera de las dos opciones se estará gozando por partida doble. Una curiosidad: para los viejos rockeros o los amantes de los míticos del rock, en Blow-up aparece la legendaria banda The Yardbirds, nada más ni nada menos que con Jeff Beck y Jimmy Page. Otro dato: la protagonista femenina es la diosa Vanessa Redgrave. A los que no la vieron ni leyeron el cuento de Julio, se los recomiendo ampliamente, y los envidio... ¡Cómo me gustaría que fuera mi primera vez!

miércoles, agosto 01, 2007

Seguimos criando cuervos (I)



Hace días, varios, que intento escribir sobre los niños que trabajan; y lo voy esquivando como cuando uno se demora en ir al dentista. Pero a veces las muelas te dan unas palizas tremendas y hay que ir a sentarse en ese bendito sillón odontológico. Tal vez se piense que no es lo mismo que evitar escribir sobre cierto tema, pero sí lo es, hay algunos de ellos que te duelen, y como el hecho de escribir es por cierto bastante egoísta, uno termina cediendo y trata de que en las palabras se vaya el dolor. Algo así como exorcizarlos.
Además de haber leído bastante sobre la materia en este último tiempo, recordé algo que me sucedió en esa suerte buscada del destino de haber podido viajar algo por el mundo, y se me presentó un encuentro con un tipo sensacional que conocí en Estambul. Los dos parábamos en el único albergue de la ciudad, cuyas ventanas daban a la increíble Agia Sofía, muy cerca de la mezquita de Suleimanie. Este viajante era suizo e hicimos buenas migas y paseamos bastante tiempo juntos por la ciudad. En cierto momento me llamó mucho la atención que sacara muchísimas fotos a los niños, que curiosamente eran niños que trabajaban. Chicos que cargaban enormes bultos, que vendían flores o baratijas, que llevaban a gran velocidad bandejas de te de aquí para allá, o se aferraban a tus pantalones intentando lustrarte los zapatos. Al preguntarle por qué les sacaba tantas fotos a estos chicos, me contó que era maestro de escuela primaria, que adoraba su trabajo y a sus chiquillos, y me dijo que tenía que sacar muchas fotos de niños trabajando porque sus alumnos no iban a poder creerle que niños de su edad o menores trabajaban, cuando sus niños a esa edad jugaban, estudiaban y comían todos los días; cosa que no hacían otros niños en el mundo. “De verdad”, me dijo, “no van a poder creerlo, por eso tengo que sacar muchas fotos, y yo quiero que lo sepan, quiero que vean el privilegio que tienen, que piensen acerca de eso, tal vez no demasiado ahora, pero sí un futuro no muy lejano, quiero que ellos pongan su pequeño granito de arena para que en el mundo no existan niños que trabajen. Sé que no es fácil, pero al menos quiero que de alguna manera lo intenten”.
Sus buenas intenciones me parecieron maravillosas. Después de tantos años, no sé sí este maestro suizo habrá logrado algo, sí tengo la absoluta certeza de que lo intentó. Y creo fervientemente que un maestro tiene que mostrar a sus alumnos algo más de lo que enseñan los libros y piden los programas académicos. Será tal vez porque nunca se me hizo carne esa idea de que la escuela es el segundo hogar. Nunca percibí a la escuela como mi segundo hogar; en mi hogar fui feliz y de la escuela no veía la hora de salir, pocas veces un maestro logró atrapar mi atención con algo que conmoviera mi corazón o mi cerebro, aprendí lo que se suele aprender en la escuela, un poco de ciencias y humanidades, que de humanas no tenían nada. De pocos maestros (casi ninguno, para ser honesto) me acuerdo, y de esas aulas frías e inhóspitas sólo conservo una sensación de indiferencia y desgano. Cuéntenle a otro eso de que la maestra es la segunda madre. A mí no, al menos no era así en los tiempos en que para mí entrar a la escuela era como ingresar a un presidio, y sólo cantaba gustoso la canción patria porque era el preludio para ganar las calles al rato. A mí las fotos del maestro suizo no me hubiesen servido de mucho, porque en mi barrio yo veía a muchos niños que trabajaban, pero qué importante hubiese sido que alguno de mis maestros hubiese intentado explicarnos por qué esos chico tenían que trabajar. Ninguno de mis maestros intento explicar eso ni otras cosa de la vida que tal vez sean más necesarias que saber la regla de tres. Varios maestros que conocí luego en mi vida justificaron su abulia, su desgano, su desinterés aduciendo la miseria que ganaban. Hoy pienso que la miseria está y estaba en sus espíritus. No creo que existan seres más miserables que aquellos que les mezquinan su afecto, su tiempo y su cariño a los niños.

P.D.: No cambien de blog, porque ésta es sólo la primera parte de un tema que intentaré seguir desarrollando. Nos vemos.