lunes, septiembre 11, 2006

Los sueños de Borges




Borges está solo y sueña. Y se equivoca, en su sueño cree que el instante supremo de soledad es la muerte, y sin embargo es el sueño. Esos sueños moteados de multitudes, o de saltos al vacío sin rostros, o de rozar con las uñas crecidas un esbozo de bonanza. Borges sueña y sigue estando solo. Su sueño es meticuloso, como él. Sueña con los premios, con la fama, que siempre no supo negar, con espejos que rompió en otros sueños y lo llevaron a mil desgracias y pesadillas, de esas que no generaron cuentos, sino que visitaron el más hondo de los infiernos; con colores tenues como el amarillo, ni el rojo ni el azul inflaman sus entrañas. El sueño es tranquilo, y solitario. Borges sueña que ha engañado a todos. Sueña que ha sido un desdichado, y se engaña, o mejor dicho, lo intenta. Sabe que no cambiaría un ápice de su vida por la terrenalidad de los mortales. Ni en sueños envidia los deleites populares; él no tuvo la culpa, pero sus padres no lo engendraron para eso. Sueña con proezas grandes. Con su firma en el libro que le extiende María Kodama, con su seducción, su vista aún intacta, su sexo predispuesto como acaso no pudiera llegar a estarlo nunca. Sueña que su madre está lejos, viaja a Estocolmo, para verlo con su smoking y su premio. Sueña con un país que nunca tuvo. Sueña con todos los países que poseyó. Sueña que a él no lo matará nada más que el tiempo, pues hasta el militarismo le teme a las leyendas. Sueña que arenga a las masas desde una tribuna, y que lo que nunca pudo tener está ahí, al alcance de sus manos. Sólo en sus sueños, y solo, sabe que lo sabe todo. Y se encomienda a los dioses, todos esos con los que siempre se codeó, pero a los que nunca les pudo ganar al truco. Finalmente, y es harto lugar común decirlo, Borges sueña que sueña, que sueña con la muerte, esa a la que ni los genios engañan, sueña que viene por él, solamente a acompañarlo, para que no esté tan solo, y soñando.