sábado, junio 10, 2006

Los chicos se divierten


Hoy, tal como prometí, voy a seguir hablando del Mundial de fútbol, pero se me ocurrió que algo que escribí hace tiempo, y raramente guardé, conserva bastante actualidad. Se relaciona mucho con el fútbol, especialmente en este magno evento, con cuestiones políticas, patrioteras, con la "guerra", y hasta con la vida y la muerte. ¿Por qué mezclar al fútbol, que debe ser en esencia alegría, con estos términos nefastos? Hoy que la guerra es soterradamente "Mundial", deberíamos preocuparnos porque el fútbol no se mezcle en ese cambalache discepoliano del nuevo milenio con la intolerancia, el racismo, el patrioterismo, el fanatismo, y muchísimo menos con la guerra, la vida y la muerte. Bueno, ahí les va:


Leo en el periódico de ayer, no sin cierta pesadumbre y quizás estupor, las declaraciones de un integrante del seleccionado mexicano de fútbol; joven él, creo que en mitad de sus veintes, preocupado por demás ante la proximidad de un partido que definirá quién viaja al Mundial de Fútbol de Japón-Corea del año entrante, y quién se queda en casa viéndolo por TV, si es que puede pagar el servicio de cable por evento. El 11 de noviembre, México se enfrentará en el Estadio Azteca de la Ciudad de México con el seleccionado de Honduras.
Ante la pregunta de la reportera de si “...están concientes de todo lo que está en juego junto con la clasificación de México al Mundial...”, este correcto y tesonero jugador responde: “Por supuesto que pensamos en eso. Se perdería muchísimo en todos los aspectos, lo tenemos claro y sabemos que si no clasificamos, muchos de nosotros quedaremos marginados, en el camino y con nuestras carreras frustradas”.
Me pregunto cómo es posible que un futbolista tan joven y talentoso piense que un partido de fútbol vaya a decidir tantas cosas sobre su futuro. Y realmente no lo culpo, en absoluto. Lo que él piensa no es casualidad o algo muy personal, es simplemente el resultado de presiones incontenibles que provienen desde un amplísimo espectro: millones de dólares en danza por publicidad, derechos comerciales, consumo de todo tipo de productos, estrellas que nacen, glorias pasadas que mueren; la mafia de la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA), que decide de manera omnipotente sobre los destinos de miles de futbolistas; y hasta los políticos, que saben que un triunfo deportivo puede redituar fecundos beneficios en otros campos, recuerden si no el Mundial de Argentina de 1978, con tanta gente humilde e inocente festejando, mientras la dictadura militar asesinaba tanta otra gente también inocente.
Y hablando de Argentina, muchos nos preguntan por qué queremos tanto a Maradona, si es un “drogón”, un “coco”, soberbio y “naco” a la vez, un hablador. La mayoría de los argentinos contestaríamos que, entre muchas otras cosas, fue el único, o casi el único, si consideramos al enormísimo comediante Alberto “Rucucu” “Piluso” Olmedo, que nos dio alegría en los últimos 30 años.
No habíamos hablado aún de la palabra alegría, pero viene siendo hora de que consideremos que el fútbol, el deporte más popular del mundo, es alegría. Recuerdo cuando, vistiendo la camiseta del Club Atlético Laprida, en Lanús, que era además la primera casaca “oficial” que lucía, me expulsaron de un partido. Había dado una violenta patada a un habilidoso contrario, rival de barrio, oponente, casi “enemigo”. Ernesto, nuestro entrenador, un hombre tan simple como magnífico, me encaró en el vestuario vacío: “¿Qué hacés, vos sos loco? ¿Viste el patadón que le pegaste? ¿Qué sos, un asesino, sos? Tal vez esa era la estrategia de Ernesto para conmover, pero la palabra “asesino” me sonó muy fuerte. Posiblemente, él y yo la necesitábamos. “Acá se viene para divertirse”, continuó, “Si no venís a divertirte, no vengás más”. Por suerte seguí yendo. Recuerdo también que siempre se cita como algo poco frecuente la frase de un exitoso entrenador de fútbol que les alcanzaba la pelota a sus dirigidos diciéndoles: “Vamos muchachos, salgan a la cancha y diviértanse”.
Volviendo al jugador mexicano de fútbol que acapara nuestra atención en este momento, dice en otro pasaje de la entrevista: “Este 11 de noviembre nos jugamos el partido más importante de nuestras vidas, posiblemente nos afectaría el bolsillo y en todos los aspectos”. Nunca fui jugador profesional de fútbol, jamás recibí un centavo de nadie, tal vez porque no tuve el talento para destacar y trascender, pero sí recuerdo el sandwich y la coca que recibíamos cuando el Club Laprida jugaba de visitante. Ese “pago”, pues era independiente del triunfo o la derrota, nos sabía a gloria luego del partido, más si habíamos ganado; pero, incluso con una goleada a cuestas, nos habíamos divertido. Comiendo un “especial” de jamón y queso y bebiendo nuestra coca, un puñado de chiquillos de 10 años nos habíamos divertido, teníamos alegría. Nunca hubiera pensado que un partido iba a ser el más importante de mi vida, siempre el más importante estaba por llegar.
En encuentros claves de fútbol, que ya son tantos que no se sabe cuál es más clave que el otro, de los dos o hasta tres por semana que les imponen a los jugadores, se escuchan a menudo frases como éstas: “Es nuestra última oportunidad”, “Va a ser a todo o nada”, “Es a matar o morir”, y hasta se llega a decir “Va a ser una guerra”. Qué lamentable y cuán doloroso es escuchar esa temible, vapuleada y manoseada palabra con referencia al fútbol. ¡Qué confundido me siento! Yo que creía que la guerra era desolación, tristeza, muerte, y el fútbol, alegría, divertimento, vida! ¡Queremos alegría, no una guerra!
No obstante está confusión tan hábilmente planeada, el Comité de la FIFA organizador del próximo Mundial asegura que “...la competencia se realizará conforme a lo previsto...pese a las acciones bélicas de los Estados Unidos en Afganistán”. Los negocios son los negocios, y la guerra es la guerra, ¿o no eran lo mismo? El “pan o los cañones” de Mussolini, el “pan y el circo” de hasta hace poco, sólo “el circo” en estos días, discúlpenos pero el “pan” lo suspendemos por ahora, es que estamos en guerra. Tendremos dos guerras, entonces. Una “guerra por la ‘humanidad’”, en Medio Oriente y una “guerra deportiva”, en el Lejano Oriente. Muchos analistas y empresarios estarán pensando en lo inconveniente de una superposición de ratings.
De lo que atañe a los políticos, poco hablaremos, aunque resulta por cierto preocupante que el presidente mexicano opine que “sería terrible (sic) para México no asistir al Mundial de Japón-Corea del 2002”. Parece, en cambio, que no le parece tan terrible que México participe en la “otra” guerra. Tampoco nos vamos a abocar a Dios, ¡válgame el mismo!, no es de ninguna forma el tema que nos ocupa; pero, parece que muchos le han adjudicado posturas y predilecciones en ambas “guerras”. No resulta extraño hoy en día escuchar “Ganaremos porque Dios está de nuestro lado”. ¡Qué Dios tan omnipresente y ambivalente! ¿O será que la variedad de dioses se refleja en la diversidad de los resultados?
Después de ver las lacerantes imágenes de los niños afganos en un éxodo quién sabe a dónde, de tener conciencia de los miles que mueren de hambre en Irán debido a un absurdo embargo que llevan adelante los sempiternos “defensores” de la democracia y la libertad, de los niños brasileños torturados o masacrados por los “escuadrones de la muerte”, de los chicos de la calle del mundo entero, parece que la sorna fascista, racista y reaccionaria que predica, ¿en broma?, que “hay que matarlos de chiquitos”, no fuera tan en broma. Esos chicos no se divierten aunque creamos que lo están haciendo. Para ellos, ni siquiera una pizca de futuro, ya ni hablemos de alegría. “¿Alegría de qué?”, nos preguntarían.
Permítaseme ahora volver a remontarme al pasado, como buen nostálgico que soy, y recordar esos momentos de alegría que nos daba el fútbol a los “pibes”. Estábamos un día reunidos en un recreo de la escuela primaria, los eternos niños amantes del fútbol, discutiendo acerca de qué nombre ponerle al equipo de balompié de nuestro curso. Las propuestas eran variadísimas y todas muy dignas de ser consideradas. Finalmente, les debo decir, no sin un cierto dejo, ahora, de culpabilidad que, luego de una votación donde los papelitos mostraron una mayoría absoluta, le pusimos “Los chicos se divierten”.-

2 Comments:

Blogger Nemesis said...

Lo que planteas no es algo nuevo, por lo menos varias veces lo he escuchado decir; y no sólo en el fútbol sino en todos los deportes. Cuando hay tanto en juego, tanta guita involucrada, tantos futuros apostados y tanto negocio, como podés seguir disfrutando el deporte como lo que verdaderamente es: un juego. Para muchos es su profesión, su carrera, para otros su pasión.
Muchas veces ves cómo un campo de juego se convierte en campo de batalla, asquea ver a los hinchas arrancando sillas y arrojandolas al campo, o matandose a trompadas a la salida de un partido. Somos muchos los que queremos que el futbol vuelva a ser alegría, pero lamentablemente hay demasiadas cosas en juego. La gente me pregunta si soy tan fana de boca porque no me conozco los nombres de los jugadores: me los aprendí una, dos y hasta tres veces, pero a la cuarta vez que me vendieron 3/4 de los jugadores, me embolé. En éste momento Lanús esta lleno de pancartas que dicen "No nos vendan a los pibes". Y con mucha razón, a la primera de cambio que al club le va bien, por unos mangos te venden a los mejores jugadores. Te quita un poco la alegría.
Hablando de la guerra y el mundial, te encantaría ver una publicidad que hay dando vueltas (el 90% de ellas son acerca del mundial, ya cansa), donde te compara a los jugadores de la selección Argentina a gladiadores o algo por el estilo que van a la batalla.

6:28 p.m.  
Blogger Granate 51 said...

Estoy leyendo el artículo del Negro, dieciséis años después de escrito. Me impresiona la vigencia que conserva a la luz de muchos hechos de estos días, futbolísticos (las eliminatorias del Mundial de Qatar) y bélicos(la invasión de Rusia a Ucrania). Pero sobre todo por la masacre en el estadio del Querétaro. Tengo la sensación de que no podemos reeditar aquel pasado, tan lejano que semeja un sueño, ni evitar esta pesadilla de hoy que no parece tener fin. Quiero enviar un abrazo al Negro, el que jugaba en el Laprida, el que escribió el artículo y el que hoy me pasó el enlace para que lo leyera. Llevamos casi sesenta años de amistad, de amor por el fútbol, por Lanús, por el México nacional y popular y por las causas justas. ¡Salud, Negro!

6:04 p.m.  

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